Imbuidos en
una trayectoria en la que la emulación de los procesos vitales en asépticas
unidades de silicio nos transporta digitalmente al desdoble de nuestros
``yoes´´ cognoscentes y propositivos tal vez no seamos del todo conscientes del
prodigioso suceso que está transformando velozmente la forma y el contenido de
la realidad inmediata y lejana en la que nos desenvolvemos. Como una extensa
red de energía semi-teológica Internet confiere propiedades particulares a todo
aquello que toca, o mejor dicho, sustenta, y a la vez permite atisbar al ser
humano pequeñas trazas de lo que es capaz de lograr al trascenderse a sí mismo
como unidad física. Crear un mundo dotado de total significado sin ninguna
representación tangible probablemente nos esté aportando más ventajas a parte
de la aceleración temporal y la desaparición de las distancias: una vez lograda
la conquista de la ubicuidad y alcanzada la representación física y mental de
lo humano en lo virtual el siguiente objetivo va más allá de explotar las
posibilidades manifiestas de la Red: hace falta conquistar el plano
teleológico, trascendente, que nos abrirá las puertas a una verdadera
comprensión de la realidad digital.
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